Barra distintiva de Masegoso vivo con una vista de Masegoso de Tajuña

Marchas por la Cañada Real de Merinas Soriano-Oriental

En 1996 la Asociación Cultural de Amigos de Masegoso comenzó una iniciativa que con el paso de los años es ya una costumbre, casi una tradición: la Marcha Anual por la Cañada de Merinas. La idea de recorrer la Cañada a pie surgió con la intención de conservar una de las muchas tradiciones que se van perdiendo con el paso del tiempo y los cambios que impone la vida.

La trashumancia, poco a poco, ha ido decreciendo hasta casi desaparecer, y sus caminos borrándose. Por ello, nos pareció necesario conservar y dar a conocer esta red de vías de comunicación que han existido desde la más remota antigüedad pero que adquirieron gran importancia en la Edad Media, cuando el rey Alfonso X, el Sabio, creó el Honrado Concejo de la Mesta. Por él se organizaron estos caminos y se les concedieron libertad de movimientos a propietarios y pastores para conducir sus rebaños por ellos: de norte a sur, o de sur a norte, en función de la estación climática y los pastos.

Existen varias por toda la geografía española. Por nuestro pueblo, de tradición agricultora y ganadera, pasa una de ellas, la Soriana Oriental, y muchos de nosotros aún recordamos los rebaños de ovejas que en otros tiempos hemos visto pasar por aquí.

Y, ¡qué mejor manera de conocer estos caminos que recorriéndolos! Quisimos hacerlo, además, de una manera festiva. Así comenzó esta costumbre de reunirnos cada primavera con amigos, conocidos y familiares aficionados a caminar y disfrutar todos juntos de la Naturaleza y de la compañía y después sentarnos juntos a comer al final de cada marcha.

Ello nos ha dado la oportunidad de aprender muchas cosas, de conocer a mucha gente y de hacer nuevos amigos. También hemos conocido a otras Asociaciones y Ayuntamientos que han colaborado con nosotros y nos han apoyado. Así mismo, hemos conocido pueblos y paisajes que de otra forma tal vez no hubiéramos visto nunca y hemos establecido con algunos de estos pueblos una relación duradera.

Se realizaron las siguientes:

(Adaptado de Villaverde López, Pilar: «Nuestras Marchas por la Cañada Real de Merinas Soriana Oriental», en Alto Llano, Revista Cultural de Masegoso de Tajuña, segunda etapa, n.º especial, 2007, pp. 25-31, Asociación de Amigos de Masegoso, Depósito Legal n.º GU-3251997).

I Marcha: Masegoso de Tajuña-Henche (29 y 30 de junio de 1996)

Fue la primera de nuestras marchas. El sábado tuvo lugar la inauguración del Museo del Pastor. Luego tuvimos una actuación folclórica en la plaza y a continuación disfrutamos juntos de una barbacoa.

Al día siguiente, domingo, muy tempranito nos pusimos en marcha con un rebaño de ovejas en dirección a Henche. El camino fue largo y duro, pero al llegar nos recibieron con una caldereta por cortesía del Ayuntamiento de Henche amenizada con una actuación musical.

(Adaptado de Villaverde López, Pilar: «Nuestras Marchas por la Cañada Real de Merinas Soriana Oriental», en Alto Llano, Revista Cultural de Masegoso de Tajuña, segunda etapa, n.º especial, 2007, p. 26, Asociación de Amigos de Masegoso, Depósito Legal n.º GU-3251997).

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II Marcha: Masegoso de Tajuña-Algora (20-21 de junio de 1997)

Fue un intenso fin de semana. Empezó el viernes por la tarde. Entre todos preparamos una sabrosa barbacoa en los jardines del centro social, las antiguas escuelas. Comenzó a llegar gente de los pueblos de alrededor y el buen ambiente fue la nota dominante toda la velada.

Ya entrada la noche y con un precioso escenario instalado en la plaza, fuimos contando cuentos uno tras otro, era el Primer Cuenta Cuentos que se organizaba en Masegoso y tuvimos la suerte de contar con Blanca Calvo, directora de la Biblioteca Provincial de Guadalajara y gran experta erudita en cuentos, que presentó el acto y lo inició con un sobrecogedor relato acerca de un hombre-lobo.

Ya el sábado, y tras haber dormido poco, salía la marcha hacia Algora, a eso de las ocho de la mañana. El camino fue largo, 23 km aproximadamente, pero se hizo ameno y divertido. Cuando faltaban 6 km se unieron los niños más valientes, y todos juntos llegamos a Algora con gran apetito y ganas de descansar.

En Algora compartimos una caldereta de pastores que nos supo «a gloria» y una sangría que nos quitó las penas. Nos trataron muy bien y pasamos la tarde escuchando folklore regional y bailando, los que todavía les quedaban fuerzas.

Ya de vuelta en Masegoso, un campeonato de bolos cerró la jornada.

La idea de recorrer las cañadas ya surgió el año pasado, cuando se organizó la I Marcha, de Masegoso a Henche. La idea no es otra que la de recuperar esos caminos de la trashumancia, antaño recorridos de norte a sur por grandes rebaños de ganado, y darles otra utilidad socio-cultural.

Queremos recuperarlos como lugares de esparcimiento y nos gustaría que el testigo lo cojan otras Asociaciones Culturales para no dejar en el olvido esos caminos que recorrierron nuestras antepasados y que forman parte de nuestra historia.

(Adaptado de Asociación Cultural de Amigos de Masegoso: «II Marcha por la Cañada Real de Merinas Soriano-Oriental. Masegoso de Tajuña-Algora. 20-21 de junio de 1997», en Alto Llano, Revista Cultural de Masegoso de Tajuña, segunda etapa, n.º 1, primavera-verano de 1997, pp. 1-2, Asociación de Amigos de Masegoso, Depósito Legal n.º GU-3251997).

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III Marcha: Algora-Navalpotro-Algora (10 de junio de 1998)

El pasado día 10 tuvo lugar la III Marcha por la Cañada Real de Merinas. El recorrido discurrió por el ramal que desde el paraje de la «Ventilla» en Algora llega a Navalpotro.

Se realizó la salida desde la plaza de Algora y se llegó a la ventilla para desde allí hacer el recorrido por el término municipal de Navalpogro y regresar a Algora. Los caminantes fueron recibidos con una limonada procediendo a continuació a degustar una «caldereta de pastores» para unas 150 personas que disfrutaron de la misma al aire libre con una temperatura más que agradable.

La jornada continuó con la proyección de la película Mujeres al borde de un ataque de nervios, de la Filmoteca de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.

A las siete de la tarde y haciéndolo coincidir con la Marcha, tuvo lugar el II Encuentro Regional de Folclore, presentado por Jesús Ángel Martín, jefe de servicio de la Delegación de Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, patrocinadora del evento.

Las actuaciones corrieron a cargo del «Grupo la Sirenita», de Cedillo del Condado (Toledo) y el «Grupo de pulso y púa de Aranzueque», que con su depuurada técnica y buen gusto a la hora de interpretar obras de difícil ejecución hicieron las delicias del numeroso público asistente, consiguiendo que resultase una audición maravillosa y poniendo el broche de oro a una joranada de conocimiento de viejas costumbres y convivencia entre pueblos.

Con esta marcha por la «Cañada Real de Merinas» se pretende dar a conocer a los jóvenes la importancia que en el pasado tuvieron estas vías de transporte del ganado lanar y revitalizar el uso de la Cañada Soriana, que parte de Yanguas en Logroño y llega hasta el valle de Alcudia, enlazando en diferentes puntos con las 10 cañadas reales que recorren la geografía española, desde Galicia y Valencia o desde el Pirineo a Andalucía.

Se tiene conocimiento de la existencia de movimientos de similares características en otros puntos de España (una de las marchas pasa por la Puerta de Alcalá de Madrid) y concretamente en La Rioja han comenzado el recorrido de esta Cañada desde su origen en Yanguas (Logroño), por lo que cabe la posibilidad de que en el futuro estas marchas puedan encontrarse en algún punto de la Cañada Soriana.

La Asociación Cultural «El Cerro», de Algora, organizadora de la Marcha, agradece la presencia de los amigos y visitantes, especialmente los de Masegoso de Tajuña, quien con su presencia contribuyeron a dar vistosidad y animación a este evento.

(Adaptado de Riofrío, Manuel: «III Marcha por la Cañada Real de Merinas: Algora-Navalpotro-Algora», en Alto Llano, Revista Cultural de Masegoso de Tajuña, segunda etapa, n.º 4, otoño-invierno de 1998, pp. 11-12, Asociación de Amigos de Masegoso, Depósito Legal n.º GU-3251997; publicado en el periódico El Decano).

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IV Marcha: Algora-Barbatona (19 de junio de 1999)

A primera hora de la mañana nos fuimos reuniendo en la plaza de Algora para iniciar desde allí una marcha distribuida en dos tramos, el primero Algora-La Cabrera y el segundo La Cabrera-Barbatona.

Los vecinos de La Cabrera nos obsequiaron con un almuerzo de migas, que resultó muy agradable, tanto por la compañía como por el paisaje ya que La Cabrera es un pueblo muy pintoresco. Tras el segundo tramo, disfrutamos de una comida campestre en los pinares de Barbatona.

(Adaptado de Villaverde López, Pilar: «Nuestras Marchas por la Cañada Real de Merinas Soriana Oriental», en Alto Llano, Revista Cultural de Masegoso de Tajuña, segunda etapa, n.º especial, 2007, p. 27, Asociación de Amigos de Masegoso, Depósito Legal n.º GU-3251997).

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V Marcha: Barbatona-Alboreca (30 de septiembre de 2000)

Era entrando ya el otoño cuando convocamos la V Marcha por la Cañada Real de Merinas. A la anterior le pusimos fin en Barbatona, precisamente con una agradable comida campestre en el pinar. Ahora tocaba recorrer el trayecto entre Barbatona y Alboreca, alrededor de 22 km, en dirección a las tierras sorianas que prometían convertirse en un paseo muy agradable, a juzgar por la suave temperatura otoñal de los días anteriores.

Como suele ocurrir en estos casos, la víspera la pasamos mirando al cielo y a los telediarios, porque, tal como estaba el panorama, el día podía amanecer diluviando o con un sol espléndido.

Lor organizadores de Masegoso, preocupados por que algunos se diesen un madrugón y viniesen desde Madrid para nada, a eso de las 11 de la noche, y con gran pesar, se dedicaron a desconvocar al personal. Los de Algora, mucho más valientes, nos anunciaron a eso de la media noche que ellos acudirían a la cita aunque cayesen rayos de punta. Aunque desconcertados por tanta contra-orden, no íbamos a ser menos los de Masegoso. Allí estuvimos y bien que nos alegramos después. El tiempo no pudo estar más agradable, una temperatura suae y un suelo mullido por las recientes lluvias nos alegró y facilitó la caminata. Casi sin darnos cuenta coronamos el monte de pinos y robles que se asoma al valle del Henares. Desde la torre vigía y ayudados por los mapas, identificamos los numerosos pueblecillos que desde allí se veían. Guiados por el sonido de las campanas pudimos descubrir a la izquierda las torres de la catedral de Sigüenza. Y al fondo, como un inmenso telón azul, las Sierras de Pela y Ayllón. Antes de cruzar el río Henares por su majestuoso puente de piedra, paramos a reponer fuerzas en un simpático mesón, a las afueras del pueblo de Alcuneza.

Se festejaban en el pueblo las antiguas fiestas patronales. Por eso, cuando subimos el repecho que lleva a la iglesia, nos econtramos con la celebración de la solemne misa mayor. Aún así, un amable paisano, por recomendación del alcalde, nos condujo por el tramo de la Cañada más difícil de transitar, llamado «Cuesta de la Burra». Una cuesta en la que más de uno tuvo que tomarse un respiro. Superado el repecho, la Cañada seguía por una árida meseta, salpicada de tomillos resecos y algunas plantas espinosas. Puestos a salvo de posibles descarríos, nuestro amable guía volvió al pueblo para unirse a las celebraciones patronales y nosotros hicimos otro alto en el camino para consultar los mapas, pero sobre todo, para darle otro tiento a los bocadillos y a la bota.

La primera escisión del grupo que hasta entonces se había mantenido compacto ocurrió con la aparición de algunas diminutas sendas que parecían dirigirse al valle de Alboreca, precisamente, fin de nuestro destino. Como en la canción, «unos decían que sí (era el camino que había que tomar) y otros decían que no».

Finalmente, unos antes y otros después, pero todos la mar de contentos, llegamos a la pradera del río, junto al pueblo de Alboreca. Allí ya nos estaban esperando algunos coches de los amigos de Algora, con las cervezas ya metidas en las pozas del río. Es decir, siempre sorprendiendo con sus detalles y su buena organización.

Fue por eso por lo que dedicamos esta Marcha a nuestro amigo de Algora, Nicolás Mayor, fallecido unos meses antes y a quien tanto debíamos por el éxito de las anteriores marchas. En aquella pradera, rodeados de los solemnes chopos, y en presencia de su hijo Nicolás y de su nieta, guardamos en su honor unos minutos de silencio durante los que sólo se escuchó el rumor del agua.

Si la comida fue enormemente agradable, compartiendo tragos y chascarrillos, no lo fue menos la sobremesa. Guiados por Nicolás Mayor hijo, un gran conocedor de la zona, visitamos las cuevas rupestres de Olmedilla, el Castillo de Hinojosa y el Castro Ibérico en la Herrería. Acabamos en Algora, tomando un último café de despedida con los entrañables amigos de Algora.

No hace falta añadir que pasamos una jornada inolvidable, que pensamos repetir bien pronto. Esta vez en el próximo mes de junio, para que el tiempo no falle, y con una caldereta compartida por los dos pueblos con la que nos chuparemos todos los dedos. Informaremos a su debido tiempo.

(Adaptado de Villalba Cortijo, Pilar: «V Marcha por la Cañada Real de Merinas: Barbatona-Alboreca», en Alto Llano, Revista Cultural de Masegoso de Tajuña, segunda etapa, n.º 5, primavera de 2001, pp. 22-23, Asociación de Amigos de Masegoso, Depósito Legal n.º GU-3251997).

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VI Marcha: Torrecilla del Ducado-Alboreca (9 de junio de 2001)

A punto de organizar la VI Marcha por la Cañada de las Merinas, la experiencia nos aconsejaba celebrarla a mediados de junio, de forma que el buen tiempo estuvieses casi garantizado. Sí, sobre todo los que sufrimos la vicisitudes de la anterior debido al mal tiempo, estábamos cada vez más convencidos de que habíamos tomado una sabia decisión. Después de un lluvioso y frío mes de mayo, junio empezó seco y soleado, y lo más probable es que el día de la Marcha, como decían algunos, ¡iba a pegar, pero que bien!

Bien es verdad, y valga la redundancia, que los de la tele habían anunciado algún ligero chaparrón en torno al Sistema Central, pero ¡no íbamos a ser tan gafes de que la única nube nos iba a tocar precisamente a nosotros! Tan convencidos estábamos de que iba a pegar bien el sol que para evitarlo salimos muy de mañana hacia Torrecilla del Ducado, nuestro punto de partida, allá por los límites de Soria, y próximo a las tierras del Ducado de Medinaceli, como su nombre indica. Pero el madrugón valía la pena: el campo parecía una interminable alfombra verde, matizada por los tonos de las cebadas, chopos, olmos y encinas. ¡Lástima que los muchos baches de aquella carretera que parecía no ir a ninguna parte nos distrajera del bonito paisaje! Junto al desvío que conducía a Torrecilla ya nos esperan los más madrugadores, entre ellos, nuestros entrañables amigos de Algora. Todos juntos ascendimos por una cuesta, sin huellas de haber sido transitada, hasta el cerrillo donde se encontraba el pueblo que, como tantos otros de nuestra provincia, se encontraba deshabitado. Las hierbas habían borrado las calles y las zarzas se metían por las ventanas y cancelas, abiertas de par en par. Solo la iglesia, que permanecía cerrada, parecía haber sido respetada por el tiempo.

Con gran pena por nuestra parte, dejamos Torrecilla, en su soledad, e iniciamos la Marcha por un enorme pasillo verde, bordeado de parideras, que nuestra experiencia identificó como la Cañada. Descansados y entretenidos como estábamos con los saludos y chascarrillos, coronamos, casi sin darnos cuenta, la meseta que, según nuestros mapas, ya no teníamos que dejar hasta la altura de Alboreca.

Desde allí arriba, y volviendo la vista atrás, se divisaba una fértil veguilla donde pastaba un ganado, una fila de colmenas, la torre de Sienes y también, como más tarde recordaríamos, algunas nubes, a las que, por su puesto, no dimos ninguna importancia.

Pero lo que no resultaba fácil de percibir era el trazado de la Cañada, ya que un laberinto de cercas de piedra zigzagueaba entre rocas y chaparros, interrumpía continuamente la marcha. Esto nos indicaba que aquellos altos pedregosos y solitarios debieron de haber conocido en otros tiempos el bullicio de una rica vida pastoril.

Sorteando las cercas por los portillos que dejaban las piedras derrumbadas hicimos algunos kilometros, o al menos eso nos parecía. Debíamos de estar a mitad del camino cuando nos encontramos con un cruce de sendas que se dirigían hacia distintas direcciones. Allí mismo, bajo la bandera castellana ondeando al viento, y alrededor del mapa que portaba Nicolás, llegamos a algunas conclusiones: la primera, que estábamos bastante despistados en cuanto a la Cañada, y la segunda, pero no menos importante, que ya iba siendo hora de darle un tiento a las botas de vino y a las longanizas.

La siguiente conclusión, ya con las ideas más claras tras el almuerzo, era dejar la Cañada y desviarnos hacia el pueblo de Olmedilla, para luego llegar a Alboreca por la carretera.

Llegamos a Olmedilla ya cercano el mediodía. Una señora mayor, quizás uno de los pocos habitantes que vivía allí durante todo el año, salió de su casa, sorprendida de ver tanta gente en su pueblo.

Apremiados por la caldereta que nos esperaba en Alboreca enfilamos con brío la carretera, ayudados por un vientecillo que aliviaba los últimos kilómetros de la Marcha.

Junto a la carretera, una senda apuntalada por toscas piedras ascendía hasta la entrada de las Cuevas de Olmedilla. Una enorme oquedad que encerró todo un poblado prehistórico y que bien merecía ser convertido en un punto de atracción turística.

Apenas había alcanzado el río la cabecera de la Marcha, cuando la nube, aquella con la que había amenazado el hombre del tiempo, la que nos engañó desde Olmedilla con un vientecillo fresco, empezó a descargar agua sobre nosotros.

El desconcierto se apoderó del grupo que, según llegaba al pueblo, se guarecía en aleros y corrales, y sobre todo de los que custodiaban la caldereta, que no sabían muy bien cómo poner aquel ardiente cacharro a salvo del aguacero.

Fueron los amigos de Algora los que nos sacaron una vez más del atolladero, gracias a que pusieron sus locales a nuestra disposición, y allí, trasladados pacientemente en los coches, pudimos poner un buen punto final, a la Marcha y a la caldereta, aunque las poesías de nuestro querido Narciso y el buen ambiente prolongaron la fiesta hasta casi entrada la noche.

Y después de tan divertidas experiencias, ¿quién le pone fin a este «invento»? Nos damos por vencidos y admitimos que «nos va la marcha», por eso, queridos amigos, ¡nos vemos en la siguiente!

(Adaptado de Villalba Cortijo, Pilar: «VI Marcha por la Cañada Real de Merinas: Torrecilla del Ducado-Alboreca (9 de junio de 2001)», en Alto Llano, Revista Cultural de Masegoso de Tajuña, segunda etapa, n.º 6, otoño-invierno de 2001, pp. 6-9, Asociación de Amigos de Masegoso, Depósito Legal n.º GU-3251997).

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VII Marcha: Hontanares-Masegoso de Tajuña (15 de junio de 2002)

Tras una calurosa noche todavía primaveral en el calendario, pero en realidad plenamente veraniega, amaneció el sábado elegido para nuestra cita anual con nuestros amigos y nuestra tradición.

En esta ocasión comenzaríamos nuestro recorrido en Hontanares, pueblo geográficamente muy cercano al nuestro pero muy poco visitado por nosotros. Para algunos, para muchos, ésta era la primera vez que ponían los pies allí, quedando gratamente sorprendidos por la frondosidad de los huertos y vallejos que rodean al pueblo, aupado sobre una colina. No era mi caso. Yo sí conocía Hontanares. Lo visité cuando era pequeña, llegando hasta Cogollor en la camioneta de Trillo y desde allí, había que ir andando por un ascendente y sinuoso, pero agradabilísimo camino, muy fresco, verde y sombreado. Aunque de ello hace mucho tiempo, mi recuerdo es muy nítido y grato. Una parte de mis orígenes está en Hontanares. Pues es el pueblo donde nació mi abuelo materno. Y todavía me queda algún familiar por allí, al que me resultó muy agradable volver a ver.

Una vez reunidos todos, y efectuados los saludos correspondientes, entre vecinos y amigos del pueblo, los entrañables amigos de Algora, nuestro querido Narciso de Henche, Javi de Las Inviernas, Miguel de Cuenca y tantos otros cuya amistad se ha ido forjando por la senda de las Cañadas, nos pusimos en marcha por un camino muy agradable rodeado de vegetación y abundante arbolado.

Una reguera de agua cristalina, el lavadero público, con su techumbre de madera bien conservada y un impresioinante campo de amapolas fue lo primero que encontramos tras bajar una cuestecilla e ir dejando a nuestra espalda el pueblo.

Un poco más adelante, y subiendo una ligera pendiente un cómodo y bien dibujado camino en el que árboles y arroyos ya no había, pero sí hermosos cultivos de secano, nos conduciría dejando a nuestra derecha Alaminos hasta el término municipal de Las Inviernas, en paralelo con la vía en construcción del AVE, que ha alterado la planicie del paisaje creando algunso montículos artificiales para dar paso a puentes y empalmes de carretera, además de la alteración que produce la vía en sí misma.

Algunas camadas de pollos de perdiz atravesaban asustadas la Cañada, seguramente sorprendidas por tan inesperado bullicio. Por desgracia, varios vertederos de latas herrumbrosas nos recordaron cómo todavía algunas personas son capaces de destrozar y ocupar un bien que es propiedad de todos.

En esta ocasión éramos muchos, quizá por ello y porque algunos se detuvieron a visitar la iglesia de Hontanares, mientras otros ya habían empezado a caminar, el grupo no era muy compaccto. Así que, los primeros decidieron esperar a los demás en la única sombra que había por allí, la que proporcionaba el puente bajo el cual cruzamos la carretera de Alaminos. De las mochilas salieron entonces las cantimploras, las botellas de agua, algunos bocadillos, los guisantes del huerto de Dionisio y por supuesto la bota de vino de Narciso, que fue pasando de mano en mano.

Cruzada la carretera empezaron a ser frecuentes algunas encinas a ambos lados del camino. Hacía mucho calor, pero un ligero airecillo que soplaba por allí nos proporcionaba un gran alivio.

Hicimos una segunda parada al llegar a la incorporación con la Cañada Real, que desde Cameros, en La Rioja, se dirige al Valle de Alcudia, en Ciudad Real, puesto que veníamos por uno de sus ramales. Allí cambiamos de dirección, girando en ángulo recto y empezando a caminar en dirección sur, hacia Masegoso, dejando a nuestra espalda la vía del tren con sus alambradas. Desde por allí pudimos divisar la silueta lejana de las Tetas de Viana.

Cuando penetramos en el término de Las Inviernas fue nuestro amigo Javi Pardos el que tomó la cabeza de la marcha. Todo el grupo nos arremolinamos en torno a él para poder disfrutar de las numerosas anécdotas que atesora sobre el término de su pueblo.

Inmensos cultivos de cebada se extendían ante nosotros, salpicados ocasionalmente por algunos trozos de terreno completamente de color rojo, es decir, cuajados de amapolas, que resaltaban sobre el verde de las cebadas produciendo un bonito contrasate mientras, poco a poco, nos fuimos adentrando en el monte dejando atrás el llano y los cultivos y empezando a bajar una pequeña pendiente.

En el camino, que aún seguía perfectamente dibujado, pudimos reconocer, porque Dionisio nos lo explicó, la utilidad que en su día tuvieron los restos de un grueso muro de piedra construido en la Guerra Civil, para impedir el paso a los tanques, ilustrándonos también con los movimientos del frente de batalla.

Por su parte, Nicolás Mayor, nuestro geólogo, nos permitió saber cómo las Tetas de Viana o el Risco no son plegamientos montañosos, sino los bordes o «testigos» de los estratos que forman la llanura de La Alcarria.

Un poco más adelante el camino prácticamente desapareció durante un trecho. El calor era sofocante. El ligero airecillo ahora no soplaba. Las botellas de agua ya estaban prácticamente vacías y el reloj andaba ya sobre las dos de la tarde. Pero enseguida distinguimos el Tiricuendo y el Risco y volvió a aparecer el camino. Aún faltaba un buen trecho, pero desde allí, los de Masegoso ya casi nos sentíamos en casa, era nuestro territorio.

Al cabo de un rato, asomamos al pueblo por el Alto Llano, para abreviar un poco, y al llegar a las primeras casas ya percibimos el olorcillo de la comida que nos esperaba en la plaza.

Llegamos en el momento justo. La frescura de los soportales de la plaza nos deparó un agradable almuerzo por gentileza de las Asociaciones Culturales de Masegoso y Algora, que degustamos juntos, caminantes y no caminantes.

Para no sucumbir a la modorrilla de la tarde, los chicos de la Asociación Cultural nos pasaron el documental Vida de pastor, muy apreciado por los que lo seguimos cobijados por el frescor del Horno. Hubo también ocasión de visitar el Museo, tomar un café y charlar con los amigos.

Luego, con la caída de la tarde, la actividad continuó en la plaza Mayor, con un buen cante. Los jóvenes aprovecharon la convocatoria para recordarnos que falta poco para la fiesta y que se necesitaba idnero, por lo que nos tuvieron entretenidos con un bingo hasta que llegó la noche. El señor alcalde y los señores concejales también aprovecharon el tenernos a todos juntos para recordarnos la importancia que tiene para el pueblo que suba el padrón de sus habitantes.

El ambiente era agradable y relajado y hasta salieron a cantar, invitados por los cantantes, algunos voluntarios que lo hicieron estupendamente, sorprendiéndonos a todos con sus cualidades artísticas. Uno de ellos era el Crecen. Y el Crecen, como bien sabemos algunos, sólo canta en público en las ocasiones especiales.

Cumplidos ampliamente todos los objetivos, en especial el de disfrutar nuestra amistad por los caminos de la Trashumancia, nos despedimos satisfechos hasta la Marcha del año que viene.

(Adaptado de Villalba Cortijo, Pilar, y Villaverde López, Pilar: «VII Marcha por la Cañada Real de Merinas Soriano-Oriental: Hontanares-Masegoso de Tajuña (15 de junio de 2002)», en Alto Llano, Revista Cultural de Masegoso de Tajuña, segunda etapa, n.º 7, primavera-verano de 2002, pp. 3-7, Asociación de Amigos de Masegoso, Depósito Legal n.º GU-3251997).

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VIII Marcha: ramal Laranueva-El Sotillo (7 de junio de 2003)

Una vez más, hemos vuelto a reunirnos en nuestra anual cita campera. En esta ocasión, algunos empezamos la jornada muy dispuestos a caminar, pero con mal pie.

Salimos de Masegoso juntos, varios coches en caravana, pero hubo un momento en que una de nuestras marchosas conductoras se encontró en una bifurcación de la carretera sin tener a la vista el coche que la precedía, sin ninguna indicación para orientarse, y sin saber por dónde tirar. Tomó una decisión y siguió. Mientras, otro que iba detrás sugirió que esperáramos. Eso nos organizó un pequeño descontrol: no estábamos todos, y no sabíamos si continuar o no, ni por dónde hacerlo.

Mientras se aclaraba la cosa, algunas chicas alejándose de los coches aprovecharon para disfrutar desde el alto en que nos encontrábamos de la hermosa vista que ofrecía el valle que se extendía ante nuestros ojos. En esto, volvió el coche de cabecera, nos pusimos en marcha enseguida y las contempladoras de paisaje tuvieron que correr.

De repente, unos íbamos y otros venían. Al fin, un poco más adelante nos reencontramos todos, y alguien le dijo a la mencionada conductora: «Por ahí no era». Ella respondió con toda la razón del mundo: «No había letreros y no conozco estos pueblos. No soy de aquí. Yo vine una vez a las fiestas y... me quedé». Como esto lo dijo con cierta guasa provocó la risa de los que estábamos alrededor, que nos tomamos la situación a cachondeo.

De todos modos, hubiera podido pasarle lo mismo a cualquier otro, pues sólo los que iban delante conocían la ruta.

Como consecuencia de esto y de que desde ese punto fuimos a dejar algunos coches en el lugar apropiado para el posterior regreso, nos demoramos aún más y cuando llegamos a Laranueva ya no había nadie.

Una amable señora, desde su balcón, nos informó de lo que hasta ese momento nos habíamos perdido; y así empezamos la marcha los de la segunda tanda. Enseguida vimos otro pequeño grupo de rezagados que también acababa de llegar y seguimos juntos.

Caminamos por un paraje precioso. Todo verde, y gratamente salpicado de multitud de flores silvestres. Muchas y muy bonitas. Había algunos tramos completamente cubiertos de pequeñas margaritas. En otros, todo eran florecillas amarillas, azules o blancas. De algunas desconocíamos su nombre, pero casi todas nos hacían recordar nuestra niñez.

El sol aún no nos castigaba con sus potentes rayos. Por el contrario, soplaba una brisa que hacía la marcha muy agradable. Vimos también por el camino algunos bichillos que, como las flores, nos recordaban mucho nuestra infancia campestre y los períodos de la escarda y la siega.

De pronto, la bucólica sensación se rompió, sobre todo para las que iban las primeras, que pegaron un salto acompañado de unos poderosos gritos, por el susto que se dieron al ver una inmensa culebra, larga y gruesa, cruzando el camino delante se sus pies, pero también ella debió asustarse y, aunque no gritó, se escondió enseguida.

Por entonces, vimos a lo lejos en una pequeña loma a los del primer grupo, pero aún tardamos un rato en alcanzarlos. Fue en la parada para comer el bocadillo que ellos hicieron cuando conseguimos reunirnos. Allí, entre mordisco y trago, hubo saludos, sonrisas, preguntas, y algún reproche.

Una vez recargadas las baterías, continuamos. El paisaje seguía siendo muy agradable, penetramos en una zona de monte, pero sin desniveles, cómoda para caminar, aunque el sol cada vez apretaba más.

El último tramo fue el más duro. Hacía mucho calor cuando llegamos al final de la ruta, donde estaban los coches que habíamos dejado por la mañana. Ante nuestros ojos apareció el pantano [de la Tajera], pero lo veíamos desde lo alto de uno de los cerros que lo bordean y el calor era muy sofocante. En su pradera, junto al agua estaba la ermita de la Virgen de Aranz de la que son fervientes devotos en El Sotillo. Pero para llegar a ella había una pendiente muy pronunciada y un sol de justicia nos aplanaba a todos. Por eso, sólo algunos bajaron hasta ella.

Los que lo hicimos, descansamos un rato a la sombra de la ermita. La vista del pantano lleno de agua era muy agradable y refrescante pero el calor lo llevábamos tan metido en el cuerpo que no lo notamos.

Cuando al fin, volviendo durante un trecho sobre nuestros pasos, llegamos en coche al pueblo de El Sotillo, nos recibió la agradable visión de una hermosa y abundante fuente con seis potentes caños de agua fresca que salían del centro de un grueso muro de piedra, y a ambos lados de la hilera de caños dos pequeñas cabezas de animal, que podrían ser leones, labradas en piedra, una a cada extremo del muro, más bajas que los caños, echaban a su vez un chorro de agua por la boca, aunque más pequeño.

Esta fuente de la época de la República, que según la inscripción de la piedra fue construida en 1931, nos refrescó y calmó nuestra sed, como sin duda, ha calmado la sed de otras muchas personas antes, y seguirá calmando la de otros después.

Tras el muro de la fuente se encuentra un lavadero perfectamente reconstruido y en funcionamiento, incluso había una losa de madera que alguna mujer había dejado. Tras el trago de agua, algunos haciendo una parada en el bar, que quedaba de paso, y otros directamente, nos fuimos acercando al lugar donde ya estaban preparadas las mesas bajo unas agradables sombras, al lado de un arroyuelo y con una completa vista panorámica del pueblo, que se encuentra encaramado en una ladera.

La gran cazuela de caldereta lanzaba al aire su aroma y los dulzaineros empezaron a amenizar el ambiente con su música, según viene siendo ya costumbre últimamente.

Aunque había alguna sospecha, dado el número de comensales, de que la caldereta se iba a quedar corta, afortunadamente no sucedió así. Hubo para todos, que la degustamos tranquilamente mientras comentábamos cosillas sobre la caminata y saludábamos a los que acababan de llegar. A los postres, el amigo Narciso, de Henche, nos obsequió con una de sus poesías, en la que haciendo mención al pueblo en el que estábamos y a la marcha, nos emplazó para el año que viene, dándonos la idea del posible recorrido, que según él (y habrá que considerarlo) podría ser de Henche a Budia.

Después de comer, alguno se atrevió a bailar, otros prefirieron tomar un café, o simplemente disfrutar de la sobremesa, y un grupillo nos dejamos guiar en un recorrido por el pueblo para conocerlo, por dos mujeres de allí, Angelita y Milagros, que antes de ser mujeres de El Sotillo, fueron chicas de Masegoso y fuimos juntas a la escuela.

Y poco a poco, la gente se fue marchando. Nos despedimos de algunos hasta el año que viene, de otros hasta la vista, y de los demás hasta luego. En general, lo pasamos bien.

(Adaptado de Una que hizo el camino: «VIII Marcha por la Cañada Real de Merinas Soriano-Oriental: ramal Laranueva-El Sotillo (7 de junio de 2003)», en Alto Llano, Revista Cultural de Masegoso de Tajuña, segunda etapa, n.º 9, primavera-verano de 2003, pp. 11-15, Asociación de Amigos de Masegoso, Depósito Legal n.º GU-3251997).

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IX Marcha: tramo Budia-Picazo (29 de mayo de 2004)

Budia es un pueblo grande y bonito. Su entorno montañoso y de verdes intensísimos es un recreo para los ojos. Al llegar, la iglesia se ve imponente. Llena un gran espacio. Sorprende su portada plateresca en el exterior, y guarda un tesoro escultórico en el interior.

Nos fuimos reuniendo en la plaza. Allí, la alcaldesa nos dedicó unas palabras. Y Narciso nos recitó una poesía.

Un concejal nos acompañó durante toda la marcha, nos enseñó y nos explicó detalles y curiosidades, y dos vehículos de Protección Civil puestos a nuestra disposición por los Ayuntamientos de Henche y Budia nos acompañaron durante todo el recorrido por si fueran necesarios sus servicios: ¡muchas gracias a estos Ayuntamientos que tan gratamente nos sorprendieron.

Esta marcha ha sido muy completa. Hemos disfrutado de naturaleza y arte. En Budia, antes de ponernos a caminar, nos enseñaron en primer lugar su Picota rematada con cuatro cabezas de animales tallados en la piedra. Después visitamos la iglesia de San Pedro Apóstol en la que guardan dos esculturas, nada menos que de Juan de Mena, importante escultor del siglo xvii, un Ecce Homo y una Dolorosa, y, entre ambas, un frontal de altar de plata repujada.

Alrededor de cien personas (y algunos perros) comenzamos la marcha en dirección a la ermita de la Virgen del Peral, patrona de Budia, situada en una zona bastante más alta que el pueblo. Es una ermita, pero con el tamaño y el empaque de una iglesia.

En el camino de subida, el verde intenso nos rodeaba. La hierba estaba muy alta y cubría todo el camino que en algunos puntos estaba encharcado. Pasamos un arroyo cristalino saltando por unas piedras y ayudándonos unos a otros para no mojarnos los pies, pero ésta fue una tarea que resultó inútil. Un poco más adelante, nos los mojamos con el rocío de la hierba y con el agua que, tras tantas lluvias, salía por cualquier sitio y encharcaba el camino en varios puntos.

En ese momento, en la subida hacia la ermita, tres niños de Masegoso llenos de entusiasmo y de energía, y encantados de la vida porque iban los primeros, pegaron unos potentes gritos acompañados de saltos y movimientos varios. Uno de ellos había pisado algo blando que se movía entre la hierba. Se armó un revuelo alrededor de ellos, y los que íbamos cerca pudimos ver la hermosa culebra causante del susto de los niños, y de algunos mayores.

Un poco antes de la ermita una zona de recreo con sus bancos de piedra, sus profundas sombras y una fuente con dos caños completamente llenos (como la nuestra del lavadero en sus buenos momentos) nos permitió una breve pausa y un refrescante trago antes del último tramo ascendente para llegar a la ermita, donde descansamos un rato y nuestro amigo Narciso se subió al púlpito y nos recitó otra de sus poesías.

Tras esta pausa, dejando a nuestra espalda la ermita y el pueblo de Budia, nos adentramos en el campo. El terreno era liso, aunque ligeramente ascendente al principio, y bastante cómodo. El campo estaba en su total esplendor primaveral.

Lo que no era verde era multicolor. Inmensos terrenos cultivados de cebada, en su mejor momento para mirarlos, se extendían ante nosotros hasta perderse en el horizonte y se alternaban con zonas de monte bastante variado. Pasamos zonas de robles, de pinos, y de encinas que nos deleitaron la vista.

Todo ello salpicado continuamente por la constante visión de miles de flores. Olorosos tomillos, aliagas amarillas y espinos blancos, como si estuvieran nevados, se veían por doquier. Unas y otras desprendían oleadas aromáticas que nos acompañaban.

El camino frecuentemente aparecía con charcos que nos obligaban a ir por los lados para sortearlos. Como de costumbre, a media mañana hicimos una parada para reponer energías. En esta ocasión en un precioso paraje junto a un pino «achaparrado», curiosísimo en su aspecto, al que todos dirigimos nuestras miradas y comentarios con asombro y algunos inmortalizaban para la posteridad con sus modernas cámaras.

Luego continuamos la marcha. El cielo se portó bien. Unos ratos con sol y otros nublado hicieron que el calor no fuera excesivo. El último tramo que coincidía con una bajada por una carretera recién asfaltada resultó duro para los pies. Pero al llegar a Picazo, mejor dicho, a lo que queda de Picazo, nos pudimos sentar a descansar tranquilamente, mientras los coches dejados allí a primera hora se llenaban de conductores que se iban a Budia a recoger los demás vehículos. En este pueblo casi abandonado (hay una casa habitada en ocasiones) pudimos observar dos troncos de olmo, uno donde nos sentamos y el otro más abajo, que nos recordaron al que teníamos en el jardín de la escuela en nuestros tiempos más jóvenes. Especialmente el de abajo, que estaba hueco como el nuestro y, según nos explicó Narciso, durante algún tiempo sirvió de alojamiento a algunas gallinas que se acurrucaban cómodamente en su interior.

Desde allí, tras despedirnos del concejal que nos había acompañado y de los vehículos de apoyo, en nuestros coches, volvimos a Masegoso, donde nos tenían preparada la caldereta.

En esta ocasión, durante la comida, el tiempo no se portó tan mal con nosotros como en la anterior comida comunitaria. Aunque nos hizo un guiño de que «nos podía aguar la fiesta», nos permitió terminar de comer al aire libre. Aprovechando la calma que se extendió por el jardín mientras los comensales daban buena cuenta de la caldereta, un miembro de la Asociación se dirigió a los presentes para agradecer la financiación recibida de IBERCAJA para la realización del Proyecto Medio Ambiental que iríamos a visitar, así como para ensalzar la labor social que esta entidad viene desarrollando, desde hace muchos años, con las gentes de nuestro pueblo.

Una colorista Charanga nos acompañó con su música, y como suele ocurrir, tras la comida se prolongó la tranquila charla de sobremesa para unos, algún ratillo incluso con el paraguas abierto, mientras otros, los más marchosos, se arrancaron a echarse unos bailes, al son de la música, antes de iniciar lo que podríamos denominar la segunda parte de nuestra jornada festiva: visita al museo e inauguración de nuestro Proyecto Medio Ambiental.

(Adaptado de Villaverde López, Pilar: «IX Marcha por la Cañada Real de Merinas Soriano-Oriental: tramo Budia-Picazo (29 de mayo de 2004)», en Alto Llano, Revista Cultural de Masegoso de Tajuña, segunda etapa, n.º 11, primavera-verano de 2004, pp. 3-6, Asociación de Amigos de Masegoso, Depósito Legal n.º GU-3251997).

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X Marcha: cordel La Fuensaviñán-Jodra del Pinar (21 de mayo de 2005)

De nuevo hemos vuelto areunirnos en nuestra cita anual, y yallevamos diez años haciéndolo, paraseguir recorriendo la Cañada. Lo quenos permite, además de volver a vernos y pasar el día juntos, disfrutar denuestros campos y conocer otrospueblos alcarreños.

Tal es el caso de los dos que, de otro modo, seguramente no hubiéramos visitado nunca la mayoría de nosotros, así como el Cordel de la Cañada que los une.

El primero, La Fuensaviñan, era el punto de partida de la marcha. Allí, tras algún despiste para llegar, nos fuimos reuniendo, recorrimos el pueblo, nos tomamos algún café, y tras escuchar las oportunas explicaciones de uno de los organizadores, nos pusimos en marcha por una zona llana y cómoda.

El tiempo era inmejorable y la naturaleza nos rodeaba. La paz del campo, en el primer tramo, además de nuestra presencia, solo la interrumpía el paso de algunos trenes por la nueva vía. Mirando a nuestro alrededor, se echaba de menos la falta de lluvias. El terreno se palpaba sediento y por esta razón había menos flores y verdor que en otras ocasiones. No obstante, el aroma a tomillo constantemente removido por nuestros pies al caminar, impregnaba el aire y era sumamente agradable.

Nos detuvimos a reponer fuerzas y descansar en las proximidades de la autovía, la que antes llamábamos la general, después la Nacional II, y ahora se conoce como A 2. Para cruzarla, puesto que Jodra del Pinar está al otro lado, lo hicimos por debajo, pasando por un “agujero”, es decir un túnel, igual que el más pequeño de los dos que tenemos en nuestro pueblo al lado del puente, pero bastante más largo. Y aquí viene lo más anecdótico de esta marcha:

¡Qué ironía, todo seco y nos crea problemas el agua! El túnel, al ser bastante largo, era también oscuro. Fuimos entrando en él y uniéndonos a los que nos precedían porque los del principio no avanzaban. Talmente, y utilizando un símil apropiado (que espero no ofenda a nadie) según íbamos llegando nos fuimos amontonando como suele hacerlo un rebaño de ovejas, esperando que pasara la primera para seguirla. Pero como eso no ocurría nos removíamos inquietos.

¿Qué pasa?, ¿Por qué no andan? ¡Qué aquí no se ve gota! Estas y otras frases parecidas se oían por todos lados. Y desde el fondo contestaban:

¡Que no se puede, que hay agua!

Pero bueno, ¿No se puede saltar un charco?

¡No, no se puede! Se volvía a oír.

Tani, uno de los dos perros que nos acompañaban, y habitual de estas marchas, retrocedió sacudiendo agua y barro a las piernas de los que le pillaban más cerca, evidenciando así que había agua y barro abundante.

Se volvió a oír desde el fondo:

¡Piedras, hay que traer piedras!

Y se iba corriendo la voz, pero no nos movíamos. Al principio, casi todos esperábamos que las trajeran otros. Pero los de delante insistían:

Que traiga una piedra cada uno. Si no, no pasamos.

Y así, poco a poco, todos fuimos retrocediendo a buscar cada uno su piedra. Algunos trajeron más de una. Al fin, piedra a piedra, y paso a paso caminando sobre ellas, lentamente fuimos saliendo del «agujero».

Las zapatillas de casi todos, y el bajo de algún pantalón, salieron algo enlodados, pues era sorprendente el barrizal que había, y resbalar y pringarse resultaba difícil de evitar. Solo llevaban las zapatillas limpias de barro los que se quedaron los últimos y pasaron por otro sitio en el vehículo todo terreno que nos acompañaba.

¡Que curioso! Justo allí, bajo el asfalto, barro y agua, mientras fuera todo estaba pidiendo lluvia tan necesaria en esos momentos como agua de mayo (y nunca mejor dicho).

Tras esta inesperada y nada corriente aventura proseguimos la marcha, penetramos en el Parque Natural Hoces del río Dulce y nos fuimos aproximando al segundo pueblo que de no ser por la marcha probablemente no hubiéramos visitado nunca muchos de nosotros, y punto de destino: Jodra del Pinar.

Ya llegando, como suele ocurrir, se tomaron varios itinerarios. Los más cansados se fueron por un camino de tierra que iba por el valle directo al pueblo, alguno en el Land Rover. Otros, ya llegando, tiraron en línea recta, pero campo a través. Y los últimos seguimos el Cordel en su trazado original subiendo una última loma, el Cerro Santo, y rodeando el pueblo por detrás para asomar a él desde arriba, desde donde, además de todo el valle, se contemplaba el pueblo con la iglesia en primer término, de manera muy parecida a como se ve Masegoso desde el Alto Llano. Se veía también el trazado del río con su arbolado y el puente que sustituye, al que según dicen, era romano y fue desmontado piedra a piedra tiempo atrás; y por el que según nos explicó Javi pasaban las ovejas y seguían hacia Soria, (o viceversa) evitando aproximarse al pueblo. Información que después nos completó una persona del lugar añadiendo algunos detalles curiosos como que el pueblo les cobraba un duro a los merineros por dejarles pasar por el puente con el rebaño. Cosa que no les gustaba nada y por ello algunos pasaban de noche para no ser vistos, y otros, negándose a pagar, cruzaban el río metiendo los rebaños por el agua con gran riesgo para los animales. En alguna ocasión que el río venía crecido, el agua arrastró y se llevó algunos corderillos, como recordaba él haber visto impresionado cuando era niño, sin poder hacer nada por evitarlo.

En el pueblo, vimos el exterior de la iglesia de San Juan Bautista, románica del siglo xiii, y mientras esperábamos que vinieran los coches a recogernos estuvimos viendo el Horno Comunitario que los habitantes de este pueblo utilizan para reunirse. En él había todo tipo de utensilios y aperos, expuestos y colocados como en un museo, tanto del horno como de los trabajos del campo, el propio horno muy bien acondicionado, y mesas y asientos suficientes para acomodar al personal que de vez en cuando se reúne allí.

Nos contó el señor que nos lo enseño, que él, como otros muchos, va al pueblo los fines de semana que puede, pero allí, de manera permanente no vive nadie. Lo que no impide que tengan su Asociación y su Horno Comunitario y se reúnan cuando tienen algo que celebrar. Nos mostró, así mismo, el local que tienen para la Asociación, ubicado en la antigua escuela y nos explicó algunas otras cosillas del lugar, del presente y del pasado.

Sentados en la plaza, junto a una fuente cuya agua no era potable, apuramos la que nos quedaba en nuestras botellas, hasta que los coches empezaron a llegar y nos fuimos trasladando a los jardines de Masegoso donde ya nos esperaban los que no hicieron la marcha, para comer todos juntos, y tan ricamente, la caldereta que a unos gusta más y a otros menos, pero a mí que estaba cansada y hambrienta me supo a gloria.

Esperamos volver a reunirnos todos el próximo año. En esta ocasión, hemos visto bastantes caras nuevas, pero también hemos echado de menos a algunos de los habituales.

Damos las gracias a los organizadores por su trabajo, y los animamos a seguir. Y agradecemos también la presencia del Land Rover de El Sotillo, al que ya conocíamos de una marcha anterior que, por cierto, en aquella ocasión también, a algunos nos libró de subir andando la pedregosa y empinada cuesta que hay desde la ermita al lado del pantano de su pueblo hasta el camino de arriba donde teníamos los coches, bajo un sol de justicia casi insoportable y con muchos kilómetros ya a la espalda.

Y, con toda seguridad, cada uno delos asistentes a la marcha tendrá su puntode vista, impresiones, y percepcionespersonales, coincidentes en algunas cosascon lo narrado y diferentes en otrasmuchas.

(Adaptado de Una que hizo el camino: «X Marcha por la Cañada Real de Merinas Soriano-Oriental: cordel La Fuensaviñán-Jodra del Pinar (21 de mayo de 2005)», en Alto Llano, Revista Cultural de Masegoso de Tajuña, segunda etapa, n.º 13, primavera-verano de 2005, pp. 3-6, Asociación de Amigos de Masegoso, Depósito Legal n.º GU-3251997).

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XI Marcha: 2.º tramo del cordel de «Cerro Santo», entre Bujarrabal y Jodra del Pinar (20 de mayo de 2006)

He ido a la marcha varias veces. Pero este año, mi mejor amigo no iba, así que yo tampoco quería ir. Pero mis padres, que son tan mandones como suelen serlo todos los padres, me obligaron. Sólo tengo doce años y aún no puedo decidir ese tipo de cosas. Claro, como ellos si que iban con sus amigos, no les importaba que yo fuera solo. ¡Qué rollo repollo! Lo mejor de las marchas anteriores era lo bien que lo pasaba con mi amigo. Le poníamos zancadillas a otros chicos, les dábamos empujoncillos a las chicas con disimulo, nos divertíamos persiguiendo a algún bicho, y cosas así. Lo normal para entretenerse por el campo cuando tienes mi edad. Así que como él no iba, y yo tenía que ir por narices me dispuse a pasar un día sandía, que es lo mismo que un rollo repollo.

Pero... luego pensé que, como no me quedaba otro remedio, mejor sería procurar pasarlo bien. Y... bueno, resultó. Al final fue un día fantástico.

Os lo voy a contar.

Para empezar mi padre se perdió, como siempre. Casi no se notó, pero llegamos de los últimos. Se cree muy listo, pero es bastante normalito. El se pierde y luego nos echa la culpa a nosotros porque no hemos visto los letreros, o a los de las carreteras porque no los han puesto bien, según él.

Cuando llegamos a Bujarrabal, que es el pueblo donde empezaba este año, y que está cerca de la provincia de Soria, ya estaba todo el mundo y un tío estaba contando cosas sobre como se había formado el terreno y los distintos tipos de rocas que hay por la zona. Hablaba igualito que mi Profe de Naturales del Insti, parecía su hermano gemelo. A lo mejor lo era. Pero se enrollaba bien, así que decidí escucharlo. Y, no te creas, me enteré de bastantes cosas. Aprendí que según sea la composición del suelo la vegetación es de una manera o de otra. Al principio de nuestro recorrido el suelo era muy rojizo porque tenía mucho hierro. Después era más claro, porque era más calizo. Y por eso, aunque no sé explicar muy bien las diferencias, unas veces había más robles, otras más encinas; y otras más pinos, más jaras, o más lo que fuera. También dijo que hace millones de años, en los tiempos de los dinosaurios, todo eso era un mar, y por eso a veces se encuentran fósiles de conchas marinas, aunque yo nunca me encuentro ninguno.

Y otro, uno de Las Inviernas que va siempre a las marchas y le gustan mucho las cosas de antes y el campo, también nos explicó muchas cosas de los pastores antiguos, de las ovejas, de las cañadas y de las tradiciones que hay que conservar. Entonces vi a un chaval de otro pueblo que conocí el año pasado y nos pusimos a hablar. Ahí, ya perdí un poco el hilo de lo que contaban los mayores pero me empecé a divertir más.

Una de las cosas que más me gustó fue cuando llegamos a un sitio súper chachi. Muy molón. Eran unas charcas cenagosas-barrosas-pringosas, muy guays, bueno superguays, donde tirabas piedras que al caer hacían ¡Plof! y el barro saltaba por los aires. Y nosotros, pues todo el rato tirando piedras, y las piedras pues todo el rato haciendo ¡Plof! ¡Plof! ¡Plof! ¡Molaba mogollón!

Más tarde pasamos por una zona de grandes rocas, pero grandes de verdad. Mi nuevo amigo y yo nos subimos a las más altas. Y su madre y la mía todo el rato nos decían: «Cuidado, que os vais a caer». ¡Cómo les gusta incordiar a las madres! No entienden que nosotros tenemos que experimentar por nosotros mismos y que si vemos una piedra como esas sentimos la necesidad de subirnos a ella, como si nos llamara. La mía, mi madre, dice muchas veces que parece que el peligro me llama. No sé si será verdad, pero si me llama yo ni lo oigo, ni lo veo. Pero me fastidia que ella acierte tantas veces. Como ésta, que acertaron las dos, porque mi amigo se pegó un buen culetazo y yo me hice un raspón en la pierna que me dolió bien, pero bien, aunque me aguanté y no me quejé nada (para que ella no me dijera: «Ya te lo advertí, pero no me has hecho caso»).

Luego vino lo del queso. Como ya íbamos teniendo hambre, nos vino de miedo. Llegamos a un sitio, donde se suponía que ya tenían que estar los del queso, pero como no había nadie nos sentamos a descansar, hasta que llegó el Julito que traía su coche lleno de queso, pan y vino para todos. Comí mogollón de queso, y me gustó. Pero del vino no os puedo contar nada, porque yo no lo probé. Aún no tengo edad para eso. Sí queréis saber como estaba preguntárselo a los mayores que todo el rato estaban pasándose el porrón unos a otros. Yo solo sé que era de Solanillos, y el queso también.

Los que trajeron el queso y el vino también se perdieron un poco, por eso tardaron en llegar más que nosotros que íbamos andando. Cuando comimos, bebimos y descansamos, el coche del Julito se fue por donde había venido y nosotros seguimos la marcha por una zona en la que había algunas ruinas de corrales. También vimos un rebaño de ovejas y una encina súper grande. Todo el rato el campo estaba verde y con muchas flores que les gustaban mucho sobre todo a las mujeres. Y también había unos bichos que se movían por el suelo, y que no sé si tendrán otro nombre, pero los de Masegoso les llamamos vinagreras. Son largos y negros con rayas rojas atravesadas y no sé si tienen algo que ver con el vinagre, o no.

Luego un chico y un mayor también se perdieron, pero no pasó nada porque se encontraron. El chico era el Lolo (a ver, ¡quién iba a ser!) y el mayor uno de Moranchel. Estuvieron perdidos un buen rato, pero luego aparecieron ellos solos en el pueblo al que teníamos que ir a comer. El Jose de la Conchi (al que le llaman Pío, que es el nombre de su abuelo), que yo creo que es muy buen chico y le gusta ayudar a la gente, se ofreció voluntario para ayudar a buscarlos, sin ser familia ni nada, a la amiga del de Moranchel y a los padres del Lolo que, por cierto, se llevaron un buen sofocón pero como ya están acostumbrados a los sobresaltos, cuando apareció se les pasó pronto el susto, y pasaron el resto del día tan ricamente.

Un rato más tarde llegamos a Jodra del Pinar, que es un pueblo que ya vimos el año pasado, así que ya sabéis como es. Y luego nos fuimos a comer a Estriégana. Allí, los del pueblo fueron muy amables y nos dejaron un salón que tienen ellos para reunirse, con mesas, bar, biblioteca, helados... para que pudiéramos sentarnos, comer bien cómodos y tomar cosas frescas.

El Luisfer, que es uno de Masegoso que siempre anda con cables y aparatos, nos puso un vídeo de ovejas y pastores, pero mi amigo de este año y yo en cuanto acabamos el bocata, preferimos salir fuera a jugar a salpicar en un arroyo que había al lado del lavadero y de la fuente. Y cuando mejor nos lo estábamos pasando, mis padres, que siempre me chafan los mejores momentos, dijeron que ¡hala!, que ya era la hora de marcharse.

Así que ya no os puedo contar más, pero me parece que ya está todo, por lo menos lo más importante.

Yo me lo pasé muy bien. Además, tengo un nuevo amigo. Y ya he quedado con él para el año que viene.

(Adaptado de Villaverde López, Pilar: «XI Marcha por la Cañada Real de Merinas Soriano-Oriental: 2.º tramo del cordel de «Cerro Santo», entre Bujarrabal y Jodra del Pinar (20 de mayo de 2006)», en Alto Llano, Revista Cultural de Masegoso de Tajuña, segunda etapa, n.º 15, primavera-verano de 2006, pp. 5-8, Asociación de Amigos de Masegoso, Depósito Legal n.º GU-3251997).

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XII Marcha: tramo La Olmeda-Castilmimbre (19 de mayo de 2007)

El viernes 18 de mayo, entre las nueve y las diez de la noche, la tormenta que poco a poco había ido oscureciendo el cielo descargó sobre Masegoso. Los densos nubarrones que cubrían el cielo se abrieron y empezó a jarrear gran cantidad de agua sobre nuestro pueblo. Y mientras esto ocurría, varias personas acompañadas por el soniquete de los goterones cortábamos y preparábamos el queso pensando si no tendríamos que comérnoslo como buenamente pudiéramos ya que la realización de la Marcha al día siguiente estaba en peligro y, de ser así, el queso se quedaría en la cesta.

Pero, como fue una tormenta de las que donde toca, toca, pues nos tocó a nosotros, que nos dio de pleno, pero en los pueblos próximos sólo cayeron cuatro gotas, según nos dijeron. Total, que el sábado el terreno estaba seco por donde teníamos que ir, el tiempo bueno para andar y la gente dispuesta, así que a la hora convenida nos reunimos en La Olmeda.

La gente de La Olmeda fue muy amable con nosotros, y muy acogedora. También, como muy bien nos explicó Pilar Villalba, lo fueron en el pasado con algunas familias de nuestro pueblo que durante la guerra tuvieron que refugiarse allí ya que Masegoso desapareció bajo el efecto de los cañonazos. Nos enseñaron la iglesia, nos explicaron cosas de su historia y circunstancias y también nos mostraron la ermita de San Rafael, que es muy pequeñita y muy curiosa, pues está unida a una casa a cuyo patio entramos en tropel pues era muy acogedor tranquilo y bonito. Yo, mientras miraba la imagen de San Rafael, recordé una coplilla de las que cantaba mi padre y que dice así:

San Rafael está en La Olmeda,
El Cristo está en Solanillos,
San Bartolomé está en Henche,
Y San Blas en Gargolillos.

Después, acompañados por algunas personas de La Olmeda empezamos la marcha por un paraje que, al menos a mí, me recordaba a la Marcha n.º VII que en 2002 iniciamos en Hontanares, pues al igual que en aquella ocasión, al dejar atrás las casas, entre una vegetación muy frondosa y abundante apareció el lavadero, separado del caserío e inmerso en la naturaleza.

Unos metros más adelante, disfrutamos muy oportunamente de la contemplación de un rebaño de ovejas, y caminando cómodamente llegamos a una pista forestal desde la que se apreciaban hermosas vistas, con Las Tetas de Viana al fondo (y la Central Nuclear también) y donde Enrique, ese chico de Cifuentes que se ha convertido en nuestro geólogo particular, nos explicó muchas cosas sobre la zona en la que nos encontrábamos.

Un poco más adelante nos dividimos, unos siguieron el trazado de la Cañada por los cerros y otros continuamos por un camino más cómodo ya que ambos llevaban al mismo sitio. Y, aunque yo no pude escucharlo por ir en el otro grupo, también Javi Pardos, como suele hacerlo, ilustró a los asistentes con sus explicaciones.

Caminando, caminando, los dos grupos llegamos al lugar llamado «El olmo Teresa». Allí nos esperaban Julio y Pepita, los que llevaron el queso.

Y gratamente sorprendidos, pues no nos lo esperábamos, también nos reunimos allí con un grupo de caminantes de Castilmimbre que desde su pueblo habían salido a nuestro encuentro. Así que, todos juntos, atacamos al queso y al vino en un precioso paraje lleno de diminutas florecillas amarillas y blancas rodeado de encinas en el que se estaba muy bien, pero en el que, a pesar del nombre, ni Teresa ni el olmo se encontraban por allí aquella mañana.

Con las fuerzas renovadas con el queso y el vino y después del descanso continuamos. De pronto, los de atrás vimos y oímos un revuelo producido por los de delante que se fue trasmitiendo hasta que vimos correr una asustada liebre. Una voluntaria y un chavalín se lanzaron tras ella, pero… la liebre era mucho más rápida.

Un poco más adelante volvió a bifurcarse el camino. Por la derecha, entre los sembrados, un camino más cómodo y corto se dirigía al pueblo. Por la izquierda, tirando al monte y con un recorrido más largo, continuaba la Cañada. Y volvimos a dividirnos en dos grupos.

Los de la derecha llegaron antes y mejor. Los de la izquierda sufrimos los rigores del calor durante más tiempo, y algunos también algún otro inconveniente añadido.

En el último tramo por el fondo de un vallejo, o más bien un barranco, el sol nos achicharraba sin compasión, y como final, y ya casi al límite de nuestras fuerzas, nos esperaba una hermosa cuesta para subir al pueblo que, desde esa parte al menos, se encuentra encaramado en un alto. Afortunadamente, a la media pendiente fuimos obsequiados con una fuente de agua fresca a la sombra en la que pudimos aliviarnos.

Ya en el pueblo, en el local que los amigos de Castilmimbre pusieron a nuestra disposición pudimos descansar, tomar bebidas frescas, y sentarnos en la magnifica terraza con vistas al valle mientras los conductores se iban a buscar los vehículos a La Olmeda para comer todos juntos y reponer las fuerzas gastadas por el camino. Lo hicimos repartidos entre un salón abajo, el del bar y la terraza, donde se estaba de maravilla percibiendo un suave airecillo que nos acariciaba la cara.

Después de comer, recorrimos el pueblo, muy amablemente nos enseñaron la iglesia y nos contaron algunas cosas del pueblo.

Durante toda la marcha, la espera y la comida, la charla entre unos y otros era entretenida y variada. Resulta muy agradable saludar a personas que hemos conocido en marchas anteriores, conocer a otras nuevas y descubrir charlando con los de otros pueblos que a veces alguien a quien previamente no se conocía resulta ser un pariente lejano, o aunque no lo sea tenemos conocidos comunes. También los chistes, chascarrillos y carcajadas se oían por los distintos corrillos.

En esta marcha, además de los que ya nos conocemos de otros años y algún otro del que desconozco su procedencia, también nos han acompañado los mencionados vecinos de La Olmeda y Castilmimbre, alguna persona de Brihuega, un grupo de Moranchel, otro de Cifuentes, los de Soria, e incluso algún inglés. Pero, también hemos echado de menos a gente que ha venido otras veces y no estaba.

Y como datos curiosos, el más joven era un bebé de pocos meses (de Cifuentes) y el más mayor otro joven de 86 años (de Masegoso). Y otra curiosidad, este año, al menos que yo sepa, no se ha perdido nadie ni durante la marcha ni para llegar a La Olmeda.

Por último, solo queda añadir nuestro agradecimiento a los organizadores y colaboradores. A las personas que previamente han recorrido el camino para guiarnos después, y a todos los demás, entidades y particulares, que de distintas maneras, han participado en la preparación de la Marcha.

Y a los asistentes, por supuesto. Gracias a todos.

¡Hasta la próxima!

(Adaptado de Villaverde López, Pilar: «XII Marcha por la Cañada Real de Merinas Soriana Oriental, tramo La Olmeda-Castilmimbre. 19 de mayo de 2007», en Alto Llano, Revista Cultural de Masegoso de Tajuña, segunda etapa, n.º 17, primavera-verano de 2007, pp. 13-16, Asociación de Amigos de Masegoso, Depósito Legal n.º GU-3251997).

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XIII Marcha: por la Ruta de la Lana, tramo Cifuentes-Trillo (17 de mayo de 2008)

Viernes 16 de mayo, noche. Llueve, llueve, llueve...

Llueve de manera suave y constante, lluvia buena, de temporal. Pero, mañana, ¿Seguirá lloviendo? ¿Cómo estará el campo para hacer la Marcha?

Amanece el sábado 17 y lo primero que hago al levantarme es asomarme a la ventana para ver el día. No veo nada, la niebla lo cubre todo. Pero, de todos modos, iremos a Cifuentes a ver que se dispone. Ya veremos.

A medida que nos alejamos de Masegoso, y sobre todo del río, la niebla va desapareciendo. El tiempo está mejor, y no llueve.

La gente va llegando con cuentagotas, uno, otro, dos más...

Luisa, de la Oficina de Turismo de Cifuentes, que nos llevará en una visita guiada por los monumentos del pueblo comienza su explicación con dos personas. Poco a poco, va llegando gente que se incorpora al grupo para escucharla. Con ella conocemos algunos datos y hechos que desconocíamos mientras recorremos los lugares históricos de Cifuentes hasta llegar a La Balsa.

El grupo ya es numeroso. Con una agradable temperatura, aunque ligeramente fresca, iniciamos el camino. Dejamos atrás Cifuentes, pasando junto a la ermita y la picota, y cruzando El Poblado nos adentramos en el campo dirigiéndonos hacia el sur. Unos hermosos toros bravos nos observan tras un cercado mientras pastan tranquilamente. El campo está precioso. Las cebadas, como mares verdes, se extienden a ambos lados del camino que está oreado y transitable.

A lo largo del recorrido Luisa y Enrique nos van ilustrando con sus saberes. Después de caminar durante un rato, nos encontramos en las inmediaciones de la ermita de San Blas, de Gárgoles de Arriba. Estamos en lugares con historia. Ante nuestros ojos se encuentran los restos de una villa romana en la que ayudados por la explicación distinguimos perfectamente sus dependencias y aprendemos un poco sobre el pasado de nuestra tierra.

Un poco más allá, al otro lado del camino, es la naturaleza la que nos sorprende. Allí, en medio del campo, disfrutamos de la contemplación de una preciosa laguna con patos, de la que la mayoría de nosotros ignorábamos su existencia.

Junto a la ermita hacemos el descanso para recuperar fuerzas: queso de oveja, pan y un trago de vino, todo de la tierra.

Es también en esta zona donde nos sorprende la existencia de algunos ejemplares de amapolas de color morado entre las cebadas, al borde del camino.

Al reiniciar la marcha, y muy cerca de los restos de la villa romana, ponemos nuestros pies sobre el lugar por el que en otros tiempos discurría la antigua calzada también romana de Ercávica a Segontia (Sigüenza) y escuchando las explicaciones completamos un poco más nuestros conocimientos sobre el pasado.

El tiempo es bueno para caminar. Seguimos avanzando hacia el sur. Cruzamos un bosquecillo y más zonas cultivadas. Poco a poco nos aproximamos a nuestro destino. Ya en las proximidades de Trillo incluso luce el sol y sobre nuestras cabezas el cielo es azul.

Con Trillo a la vista, el tiempo se ha despejado y algunos comentamos que tendría que cambiar muy rápido para que nos pillara un chubasco. Pues... ¡Cambió!, y llegamos a Trillo con las primeras gotas que muy rápidamente fueron arreciando e incluso vinieron acompañadas de granizo.

Tuvimos el tiempo justo para refugiarnos donde pudimos: bajo un balcón, en un garaje abierto, en los coches... y es en ese momento de lluvia intensa cuando empieza la desbandada.

M.ª Ángeles, la chica de la Oficina de Turismo de Trillo que nos ha acompañado en la marcha, no da crédito a lo que ve: ¿Dónde está la gente? Han desaparecido en un momento. La lluvia lo ha precipitado todo, y ella se queda con las ganas de acompañarnos y explicarnos la historia de Trillo en la visita que tenía programada.

Con la lluvia de Trillo empezamos a cavilar que pasará con la comida. ¿Podremos comer al aire libre o habrá que refugiarse en los soportales?

Pero el tiempo se vuelve a mostrar generoso, o la suerte nos es propicia, y podemos disfrutar en los jardines de Masegoso de una caldereta de pastores deliciosa acompañada de una ensalada de repollo riquísima. La comida en conjunto resulta muy bien.

Ahora, que estamos en nuestro pueblo, nos toca a nosotros ilustrar a los visitantes con la visita a nuestro Museo, acompañada de la magnífica explicación que nos ofrece Pilar Villalba sobre el pastoreo, los pastores, las ovejas, las cañadas, los utensilios...

Luego, nos dirigimos a la plaza, pues las actividades del día aún no han acabado. Allí, varios integrantes de la Escuela de Folclore de Guadalajara nos hacen una demostración de oficios tradicionales que nos resulta fascinante.

El alfarero es el primero en tener un corrillo de curiosos que contempla como de una manera que casi parece mágica el barro se va convirtiendo en una cazuela. Es el más llamativo.

Pero vamos a observar lo que hacen los demás. La ceramista con su pincelito y mucha precisión va dando color a la pieza sobre la que trabaja.

Muy cerca, la experta en encaje de bolillos va creando con aparente sencillez una puntilla en tonos malva y morados mientras comenta que la técnica, aparentemente complicada, es más sencilla de lo que parece.

A su lado, otra mujer va trabajando la lana como algunos de nosotros hemos visto hacer a nuestras madres y abuelas. Eso nos resulta más familiar y conocido.

La del mimbre va dando forma a su cesto con gran habilidad; y a su lado el especialista de la madera prepara su gamella en un trozo de chopo. Actividades estas dos que también recordamos algunos de nosotros haber visto realizar en alguna ocasión a nuestros mayores.

Esta exhibición de oficios antiguos resulta del gusto de todos. Mientras los artesanos trabajan, otra persona con un micrófono va preguntando a sus compañeros que es lo que hacen y como lo hacen y ellos lo van explicando y aportando informaciones complementarias.

Por último, y mientras los artesanos recogen sus útiles, algunos nos vamos a dar un paseo hasta el Tejar. A la vuelta, los coches van desapareciendo y vamos quedando en la calle los últimos rezagados, a quienes parece que nos da pereza volver a casa y apuramos hasta que se hace de noche.

Y mientras nos despedimos alguien pregunta: «Bueno, y al año que viene ¿por dónde va ser la Marcha?». Pues, eso, que habrá que ir pensándolo.

(Adaptado de Villaverde López, Pilar: «XIII Marcha Anual por la Cañada de Merinas. Este año la marcha se realiza por la Ruta de la Lana, tramo Cifuentes-Trillo. 17 de mayo de 2008», en Alto Llano, Revista Cultural de Masegoso de Tajuña, segunda etapa, n.º 19, primavera-verano de 2008, pp. 22-26, Asociación de Amigos de Masegoso, Depósito Legal n.º GU-3251997).

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XIV Marcha: Castilmimbre-San Andrés del Rey (30 de mayo de 2009)

Pasito a pasito, y nunca mejor dicho, el último sábado del mes de mayo celebramos la XIV.ª marcha por la Cañada Real de Merinas. En esta ocasión, la salida la hicimos desde el pueblo de Castilmimbre, del que ya disfrutamos su hospitalidad con motivo de la XII.ª Marcha.

Para los que no lo conocían, Castilmimbre o Castillo (de Membrive) como lo llaman muchos, la visita supuso un agradable descubrimiento. El pueblo está situado a lo largo de un gran espolón de rocas de arenisca, desde donde se domina un amplio valle a su alrededor. En el camino de subida hasta la iglesia parroquial, pudimos admirar el rollo municipal, al igual que muchas de sus casas, restauradas con un gran respeto a la tradición.

Ya con el sol algo subido, nos pusimos en camino, tras tirar de los remolones que saboreaban el último café en el bar del Centro Social, que, una vez más, la Asociación de Amigos del pueblo, puso a nuestra disposición. Remontada la cuesta que ya conocíamos de la vez anterior, tomamos la Cañada en dirección sureste, ya en el páramo alcarreño.

Como bien nos explicaron los organizadores, el trayecto apenas presentaba dificultades, lo que nos permitió disfrutar de una charla relajada mientras caminábamos, y de los siempre interesantes apuntes geológicos de nuestro amigo Enrique.

El ágape del queso y vinillo de la tierra a que nos tienen acostumbrados Julio y Pepita, fue de lo más celebrado, y, ya con las energías repuestas, nos encontramos en San Andrés del Rey, casi antes de que nos diésemos cuenta.

Al contrario que Castillo, San Andrés se encuentra situado en pleno páramo alcarreño, aunque no por ello carece de encanto. Ya a la entrada nos vimos gratamente sorprendidos por unas curiosas construcciones circulares de piedra, junto a las eras del pueblo.

Se trata de los chozos que antiguamente servían para guardar los aperos de labranza y las viandas, durante el periodo de la trilla. Su construcción consiste en un grueso muro de piedras, sin ninguna unión de argamasa, que se van aproximando paulatinamente, hasta dejar un agujero en su parte más alta para favorece la corriente de aire, y que bien merecerían una adecuada conservación.

No menos agradable nos resultó la visita de la iglesia, con su techado de madera y un precioso altar barroco, que amablemente nos enseñó una señora del pueblo. Mientras la mayoría del grupo iba recalando en el bar de Centro Social para reponer líquidos, otros aún nos dimos una vuelta por el pueblo y pudimos disfrutar de su cuidada arquitectura tradicional.

La comida la hicimos en el Centro Social, el local restaurado de la antigua fragua; fresco y confortable, lo que fue un buen cierre para una jornada que por tenerlo todo, tuvo hasta un sol de «justicia».

(Adaptado de Villalba Cortijo, Pilar: «XIV Marcha por la Cañada Real de Merinas. Castilmimbre-San Andrés del Rey (30 de mayo de 2009)», en Alto Llano, Revista Cultural de Masegoso de Tajuña, segunda etapa, n.º 21, primavera-verano de 2009, pp. 16-18, Asociación de Amigos de Masegoso, Depósito Legal n.º GU-3251997).

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