Por los senderos masegosanos y sus recodos y bifurcaciones y cuestas y recuestas y hondonadas y taludes y retuertas, por la vieja cañada, se nos llenarán los pulmones de aire puro; los oídos, de silencio; los pensamientos, de gratas meditaciones; y el corazón, de encuentros entrañables.
Al avanzar por los caminos, junto a las regueras y charcas o rozando con el dorso de la mano el discurrir plácido del río Tajuña, se nos detendrá la mirada en los montes, cerros y lomas (el Risco junto al Tiricuende, las Morras, la Peña del Castillo, el Morrón...) que se recortan en los horizontes para enmarcar la visión evocadora de los campos cultivados por doquier con afán y algún distante rebaño de ovejas.
Nos acompañará a cada respiración la flora mediterránea continental de terreno seco y de humedales (encinares, robledales, matorrales de aromáticas —tomillo, romero, espliego o lavanda...—, arboledas de ribera, junqueras, enachas, carrizos, lirios amarillos, diversas variedades de hongos) y no será raro que oigamos aquí y allí las múltiples voces de la fauna silvestre o que encontremos en nuestro camino las huellas de su pasar esquivo (corzos, jabalíes, zorros, conejos, liebres, diversas rapaces, golondrinas, abejarucos, córvidos, perdices y otras aves, anfibios, reptiles y multitud de especies de insectos).
Nos acogerán, en fin, el paisaje natural y el paisaje del hombre, imbricados aquí secularmente: nos quedarán bien grabados en el recuerdo y nos llamarán sin duda para futuras y gozosas visitas renovadas.
La encina o carrasca es uno de los árboles más abundantes de la Península Ibérica y tambien de nuestro pueblo. Esto se explica porque se adapta perfectamente a las características del clima y de la altitud de Masegoso: alrededor de 650 m sobre el nivel del mar, elevadas temperaturas en verano y pocas lluvias, inviernos fríos, y precipitaciones en pimavera.
Su aspecto es de sobra conocido para nosotros: tronco robusto y leñoso, y pequeñas hojas coriáceas (duras), que cumplen la especial función de resistir los grandes calores de nuestros veranos. La parte superior de estas va cubierta de una gruesa cutícula aislante que evita la transpiración, mientras que la parte inferior, donde se concentran los órganos respiratorios (los estomas), es suave y cubierta de finos pelos que permiten mantener una pequeña capa de aire saturado de humedad alrededor de la hoja que obstaculiza también la salida de agua del interior de la planta hacia el exterior.
La encina, cuando ha sido podada o labrada, se desarrolla muy rápidamente. Su densa sombra, debida a su espeso ramaje y sus duras hojas que no permiten el paso del sol, produce a su vez un microclima más fresco que es el que permite el crecimiento de un sotobosque de arbustos y el crecimiento de nuevas encinas. Cuando estas, por no haber sido podadas, presentan formas arbustivas o redondeadas, reciben el nombre de chaparros.
El Monte de los Narros. La madera de la encina tiene un gran valor calorífero. Gracias a ello, el monte del pueblo ha proporcionado, año tras año, la leña necesaria para calentar nuestras casas. Este monte es de propiedad estatal, a diferencia del de otros pueblos vecinos que pertenece al propio municipio.
Del aprovechamiento de su madera se beneficia el pueblo, dividiendose anualmente en suertes que se subastan entre los vecinos. En invierno se procede a la corta de los troncos y su chapodeo, siendo este un buen momento para hacer alguna merienda en el monte y para charlar alrededor de la hoguera.
Actualmente solo se aprovechan los troncos gordos, a los que llamamos chapodos. Cuando muchos de nosotros aún éramos niños también se utilizaban las ramas secas, llamadas támaras, que, hechas gavillas, se amontonaban en las leñas, en los alrededores del pueblo. ¿Quién no recuerda el chisporroteo de las támaras en la lumbre, y las hojarascas esparcidas por la cocina durante todo el invierno?
El encinar ocupó en épocas pasadas grandes extensiones en todo el territorio español. Poco a poco fue desapareciendo debido al pastoreo abusivo, o por el roturado de tierras para la labor que hoy se dedican a cereales, como es el caso de la Dehesa. Hace más de veinticinco años, la Dehesa estaba poblada de chaparros, entre los que pastaba un rebaño de cabras que abastecía de leche al pueblo. De vez en cuando esta se talaba para hacer carbón vegetal. Posteriormente se roturó, y las lumbres del pueblo se alimentaron durante años de las cepas centenarias de sus chaparros. Durante este tiempo, el monte del pueblo dejó practicamente de cortarse, y gracias a ello, las matas de encina, debilitadas por las podas anuales, se pudieron recuperar.
Los tomillares. Son parte de antiguos chaparrales poblados sólo de tomillos, romeros, jaras y aliagas (aulagas), a causa del pastoreo abusivo. El ganado iba comiendo lo brotes, y las pequeñas encinas no se podían recuperar. La regeneración solo se daba si el ganado dejaba de pastar y permitía el crecimiento de los brotes. Esta regeneración afortunadamente se puede constatar en nuestros Tomillares o Aliagares, ya que, gracias a una menor presión del pastoreo y la humedad que se recibe de los cercanos regadíos de la Dehesa, los pequeños chaparros se están convirtiendo en un pequeño bosque de encinas.
(Adaptado de Villalba Cortijo, Pilar: «Nuestros árboles: la encina», en Alto Llano, Revista Cultural de Masegoso de Tajuña, primera etapa, n.º 1, abril de 1991, p. 13, Asociación de Amigos de Masegoso, Depósito Legal n.º GU-3251997).
¡Cuántas veces nos habremos tumbado a la sombra de los chopos que hay en la ribera de nuestro río Tajuña! ¡Y cuántas veces hemos paseado al amparo de la sombra de sus hojas! Si pudieran hablar, muchos de ellos nos contarían historias románticas de amor y besos que seguro guardan en el fondo de su memoria. Vamos a conocer algo más de este árbol tan común en nuestro pueblo y tan familiar a todos nosotros.
Es un árbol de ribera que forma grupos no demasiado extensos en las orillas de los ríos.
Su tronco es rollizo, elevado, derecho o flexuoso y la corteza lisa y blanca de joven y agrietada y gris parduzca en los árboles viejos, al menos en la parte inferior del tronco.
Es de crecimiento muy rápido, no suele sobrepasar los 60 ó 70 años de edad y puede llegar a medir más de 15 metros de altura. Hábita en suelos frescos y arenosos, prolifera en valles húmedos y bajos, márgenes de grandes ríos y sotos abrigados. Prefiere terrenos ricos y depósitos modernos fértiles.
Su madera es blanda, por lo que se emplea en carpintería rural (artesas, palas, zuecos, etc.), en armazones de sillones e interiores de muebles económicos. Una de sus principales aplicaciones es para la fabricación de pasta de papel y se consume en grandes cantidades en la manufactura de fósforos y palillos de dientes.
Muchos en nuestro pueblo tenemos lo que llamamos «riadas», donde se plantan los chopos que en unos años cortaremos y venderemos.
(Adaptado de Casado Peña, Asunción: «Nuestros árboles: el chopo», en Alto Llano, Revista Cultural de Masegoso de Tajuña, segunda etapa, n.º 10, otoño-invierno de 2003, pp. 20-22, Asociación de Amigos de Masegoso, Depósito Legal n.º GU-3251997).
Cuando alguien oye la palabra «sargal» lo más seguro es que piense en un sitio poblado de sargas, y si buscamos en el diccionario, nos encontramos con idéntico significado. Pero si ese alguien es de Masegoso, la palabra sargal la asocia indiscutiblemente con ese lado del río, pasada la fuente de «Las Cantareras», donde los árboles y la vegetación son tan abundantes que en un día de pleno sol, los rayos no llegan a tocar el suelo, y podemos perfectamente pasear sin que un rayo de sol roce nuestra piel. Una fresca y apetitosa sombra hace el paseo muy agradable cuando el calor en esos días de primavera empieza a apretar. Esos árboles son álamos y como todos sabemos, el nombre de sargal nada tiene que ver en la actualidad con los álamos que lo pueblan.
Lo más seguro es que en el pasado, ese fuera un lugar poblado de sargas, lo que le dio el nombre a este paraje tan espectacular de nuestro pueblo.
Pues una vez aclarado que en el sargal no hay sargas sino álamos, vamos a conocer algo más de este árbol tan común en nuestra geografía.
Se trata de un árbol de crecimiento rápido, copa ancha y ramas fuertes. Puede llegar a medir 30 metros y llevar a vivir 400 años. Entre los 20 y los 30 años ya consigue una altura de 20 metros. Su corteza es blancogrisácea en su juventud y gris oscura agrietada posteriormente. Su madera se utiliza mayoritariamente en la elaboración de contrachapados que resultan de gran calidad.
El nombre de álamo proviene del color blanco plateado de las caras internas de sus hojas. Cuando sopla el viento es una delicia admirar sus hojas plateadas mecerse en el aire. Éstas tienen un especial tegumento que las recubre y retienen el polvo atmosférico, ayudando así a la limpieza del aire de nuestras ciudades.
El álamo es un árbol propio de llanuras inundadas y de los valles y ríos. En las ciudades se planta a menudo en parques, avenidas y jardines.
El álamo también tiene propiedades curativas. Las yemas de sus ramas, sobre todo las que contienen resina, son muy útiles para tratar algunas enfermedades. Su aplicación es efectiva en catarros, labios agrietados, hemorroides, sabañones, piel reseca y agrietada, granos, y en general problemas de piel y enfermedades crónicas del pecho.
(Adaptado de Casado Peña, Asunción: «Nuestros árboles: el álamo», en Alto Llano, Revista Cultural de Masegoso de Tajuña, segunda etapa, n.º 8, otoño-invierno de 2002, pp. 18-20, Asociación de Amigos de Masegoso, Depósito Legal n.º GU-3251997).
Amaneció un soleado día de otoño. La tarde anterior había llovido. Excepto las chaparras, que continuaban con su espesor y su verde oscuro de siempre, el resto de los árboles se encontraba ya inmerso en su transformación otoñal. Los débiles y cálidos rayos del sol daban a las hierbas secas y a las hojas amarillas una ligera tonalidad dorada.
A media mañana, un ligero airecillo movía levemente las hojas de los árboles. Poco a poco, el suave roce de unas hojas con otras, como un susurro, terminó de despertar y de desperezar a una pequeña Seta de Cardo que acababa de nacer. Asombrada y feliz de su propia existencia, miró a su alrededor y descubrió a su lado otra seta un poco mayor que ella a la que dijo:
-¡Hola amiga! Qué bien que estés aquí, qué contenta estoy!
-Hola –respondió la otra- yo también me alegro de verte y de tener una nueva compañera.
-¿Cómo se llama este sitio? Parece muy agradable.
-Creo que Los Tomillares. Por lo menos eso es lo que he oído decir. Hay mucha animación por aquí ¿Sabes? Yo ya llevo tres días y he visto pasar multitud de animales, incluso algunos acuáticos porque hay unas charcas estupendas. También hay muchos tomillos, que seguramente de ahí vendrá el nombre. Y cardos seteros, afortunadamente para nuestra existencia, y bueno... también estamos nosotras. Y la gente del pueblo viene muchas veces, aunque yo creo que no vienen a disfrutar del paisaje, si no a buscarnos.
-¿A nosotras? ¿Para qué?
Pues… Yo no estoy muy enterada, pero a mi compañera anterior…
-¡Chitsssss! -les dijo un vecino champiñon silvestre- ¿Es que no veis a aquellas dos mujeres que vienen con una cestita cada una? Si no os calláis es más fácil que os vean y os cojan. Chitsssss. Silencio.
En efecto, dos mujeres, La Rubia y La Chon, se acercaban con una pequeña cesta cada una y una navajilla en la mano escudriñando el suelo a su alrededor con mucha atención mientras charlaban de sus cosas. Caminaban muy lentamente y de vez en cuando se detenían un poco para hablar más a gusto.
-Pues, yo he dejado puesto el cocido a fuego lento y le he dicho a mi Jesús que lo apague a la una y media. Así que no tengo prisa.
-Yo también tengo avío. Tengo las judías hechas y luego freiré unos huevos y unos chorizos. Mi Julián no me protesta por ná. Al revés, tenemos tan buena gana los dos que nos comemos “tó la enclavación”.
-¡Toma y nosotros! Y luego andamos con la tensión, el colesterol... Bueno, venga, vamos hasta la pradereja de Los Motores que por allí si que tiene que haber más setas que estos días de atrás, si no se nos ha adelantado ya La Conchi y nos las ha limpiao todas.
Y pasando delante de las dos jóvenes setas sin verlas se fueron alejando lentamente sin dejar de mirar al suelo.
La joven Seta de Cardo observó con asombro que las dos mujeres en sus cestitas llevaban varias setas como ella y envidió la suerte de sus compañeras porque podían ver mundo mientras se balanceaban en su extraordinario mirador. Ella, que se había sentido tan feliz solo por existir, se creía ahora en desventaja y le gustaría ir con ellas para ver todo y conocer más sitios, pues era muy curiosa. Y así se lo manifestó a sus dos compañeros.
-Pero, ¿Qué dices insensata? –le reprochó el Champiñón- ¿Es que no sabes cuál es el destino de esas setas? Pues, la cazuela.
-¿La qué? –preguntaron las dos setas a la vez.
-La cazuela, la sartén, el horno… Claro, como sois tan jóvenes no sabéis nada de la vida, sobre todo tú que acabas de nacer. Las personas vienen a buscar setas para guisarlas y comérselas. De mí no se fían, no me conocen bien y no se atreven, aunque si me ven pueden darme una patada y aplastarme, es lo que suelen hacer. Pero las setas de cardo, como vosotras, les encantan. Además les gusta presumir de las que han encontrado y se las van enseñando a todo el que se encuentran. Pero, silencio que vuelven otra vez. ¡Chitssss!
Las dos mujeres que habían dado la vuelta se acercaban nuevamente, sin dejar de mirar al suelo y seguían entretenidas con su charla: que si el fregao, que si el lavao, lo caro que está todo desde que vino el euro, y las tonterías que echan en la tele… y volvieron a pasar sin verlas.
Las dos Setas, mientras las mujeres pasaban cerca, permanecieron encogidas y algo asustadas conteniendo el aliento hasta que las vieron alejarse hacia las eras. Entonces pudieron esponjarse y respirar tranquilas.
La pequeña Seta no se creía del todo lo que acababa de contar el Champiñón, pero ya no envidiaba a las compañeras que iban en las cestas. Por sí acaso, mejor sería permanecer allí que ser llevada en una cesta a no se sabía muy bien donde… Después de todo, ella no era un animal que pudiera moverse libremente, ni una hoja para ser llevada por el viento, ni una nube para desplazarse lenta y majestuosa por el cielo. Ella era una seta, y las setas permanecían en el lugar donde nacían mientras durara su existencia, disfrutando de la vida, del sol, de la lluvia, del paisaje y de la compañía de sus amigas.
Y como sin verlas pasaron La Rubia y La Chon, allí se quedaron las dos Setas y el Champiñón.
(Adaptado de Villaverde López, Pilar: «Las setas de "Los Tomillares"», en Alto Llano, Revista Cultural de Masegoso de Tajuña, segunda etapa, n.º 30, 2016, pp. 48-49, Asociación de Amigos de Masegoso, Depósito Legal n.º GU-3251997).
La primavera de 2016 ha sido muy lluviosa. Como consecuencia, las flores campestres muy abundantes. Pero, entre todas ellas, a mí me han impresionado las de los tomillos. No sé si esto es frecuente, es cíclico o es casual. Pero si sé que yo no recuerdo, o al menos no he sido nunca consciente de la gran abundancia de tomillo en flor que rodeaba nuestro pueblo en el mes de mayo.
He pasado algunos días de la segunda quincena de mayo en Masegoso. Cada tarde en el paseo habitual me fascinaba la abundancia de tomillo en flor. En «Los Tomillares», por supuesto, los había en abundancia. Al borde mismo de la carretera tocando el asfalto se repetían aquí y allá matitas repletas de flor, pero era en las laderas del Alto Llano, y en las proximidades del cementerio donde había una mayor exuberancia, un verdadero alfombrado completo de flores con distintos tonos, algunos ligeramente rosados y otros blancos y en torno a ellas un agradable aroma y, desde luego, un deleite para la vista.
El tomillo pertenece a un género, Thymus, con gran número de especies. Es una planta aromática, herbácea y perenne. Son nativas de las regiones templadas de Europa, África del Norte y Asia. La Península Ibérica cuenta con la mayor variedad de tomillos del mundo. Cuando se frota el tomillo despide un perfume de gran intensidad que varía notablemente según la especie, como por ejemplo el olor a limón del tomillo limonero.
El tomillo es bastante habitual en la cocina mediterránea. Debido a su intenso olor y característico sabor se utiliza en diferentes elaboraciones culinarias: estofados, parrillas, escabeches, adobos, marinados, así como en aliños para las aceitunas o para aromatizar vinagres y aceites. Se puede utilizar tanto fresco como seco.
Entre sus muchas propiedades se considera que activa la circulación y el sistema nervioso. También el tomillo es una hierba muy usada para tratar afecciones en las vías respiratorias, ya que actúa como antiséptico, expectorante y mucolítico. De este modo, tomar infusiones de tomillo podrá ayudarnos a eliminar la mucosidad y reducir la tos en caso de resfriado, gripe, catarro, etc.
Al ser una planta aromática, también actúa como repelente de insectos.
(Adaptado de Villaverde López, Pilar: «Tomillos y primavera», en Alto Llano, Revista Cultural de Masegoso de Tajuña, segunda etapa, n.º 13, primavera-verano de 2005, pp. 12-13, Asociación de Amigos de Masegoso, Depósito Legal n.º GU-3251997).
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